jueves, noviembre 30, 2006 |
Una historia de amor -real y verdadero-.
Por muy inverosímiles e increibles que se nos muestren los acontecimientos que a continuación relato he de decir que no hay ni un sólo dato o hecho o personaje inventado, pues todos ellos son reales y conocidos por la que ésto suscribe. He aquí la historia de ellos.
Nunca hubo un amor tan profundo y verdadero como el que profesaban Crisostomito Calpé-Fitz y Lupita Castrourdialejos, entre ambos y recíproco, se entiende. Con sólo un sutil roce se estremecían de tal manera que llegaban a sufrir desmayos de dulces minutos y les llegaba a recorrer una electricidad tal que encendía pequeñas lucecitas a modo de fuegos artificiales en miniatura en derredor de ellos. Tras éstas muestras convinieron ambas familias, Calpé-Fitz y Castrourdialejos, en dar bendición sacramental a tan apasionado amor pues una vez consumado el matrimonio -dijo don Crisostomo padre- se les tranquilizaría el fervor amoroso, y con la consiguiente reducción del peligro de combustión -apostillaba Lupo Castrourdialejos padre- por la pasión chispeante y desmedida que desprendían.
Los deseos irrefrenables, ya en unión bendecida, hicieron que ella quedase preñada la primera noche que desnudos se vieron y que desnudos disfrutaron de los placeres maritales. El fervor del deseo no sólo no cesó al primer conocimiento del acto sino que hizo que ella diese a luz exactamente a los nueve meses, ni un día más, ni un día menos. Sólo cabe mención de interés durante esos nueves meses de preñado el craso error cometido por los -faltos de sosiego-consuegros pues, lejos de sus vaticinios, seguían saltando chispas a cada roce o mirada de los recién desposados.
Nueve meses después, ni un día más ni un día menos, atónitos quedaron médicos, matronas y el nervioseante y estorbador esposo cuando de la entrepierna de la preñada, y entre verdaderos alaridos de dolor, brotó una preciosa lampara art déco. En vano la recién rogaba que le diesen unos azotitos al recién parido por si en un casual lograban extraer los primeros llantos, ni el más mínimo sonido salió de aquello, por muy art déco que fuese. Nadie, ni médico, ni curandero, ni hechicero, ni alquimista supo dar explicación a lo aquello parido, tan sólo una contadora de mentiras les constriñó a que, en un ejercicio de brutal sinceridad, se contasen en qué habían pensando durante el trámite de la concepción. Tras largas horas de miradas dulces, entrambos y alguna que otra a la lámpara pues no dejaba de ser el fruto de su amor carnal, admitió la paridora que para evitar sufrir el desmayo inevitable al que le llevaba el roce exacto de su piel, la de él, pensó en una bonita lámpara que días atrás vio tras un escaparate. No sin decepción decepcionante y tras dos infructuosos intentos de amamantar a la lámpara decidieron dejarla sobre la mesita de la entrada, arropándola a escondidas en las largas y frías noches de invierno.
Aconsejados por sabios consejeros decidieron echar en olvido al parido y concebir de nuevo, y así lo primero hicieron -salvo la mantita arropadora y las caricias con politus que solía dar ella casi a diario pues el instinto maternal no distingue entre aquellos o aquello que ha sido parido-, y a lo segundo se pusieron con verdadera vehemencia.
El segundo parto de igual naturaleza fue, aunque de distinto objeto se trató, pues dio a luz un maravilloso y regordete aparador art nouveau con el mismo porte galante, pues de los mismos progenitores se trataba, que la lámpara. Lejos de significar el mismo revuelo y turbación que el anterior parto, él amantísimo esposo de ella sólo alcanzó a decir:
- Y ahora, amantísima amada esposa mía, ¿en qué pensabas? -decía mientras acariciaba el hermoso lacado del aparador.
Sobra decir que en sucesivos y deseados partos dio ella un recorrido por todo el arte en lo que a objetos decoradores se refería, y que controlado el tema de pensamientos antes y mediante la concepción éstos podían ser, si así lo requería el tamaño del objeto, de dos días, si pequeño era éste, o de cuatro meses si de un objeto de tamaño considerable se trataba. Sin ya espacio en el confortable y estrafalario y estiloso hogar ni regalos a parientes que hacer decidieron ambos, en pensamientos mercantiles amorosos pasionales, montar un establecimiento comercial justo frente de un Ikea de reciente instalación, ni que decir tiene el éxito arrollador de su negocio pues sus objetos nacían del más profundo y sincero amor. A lo largo de los partos pasados y venideros ella sólo se negó a engendrar camas con dosel estilo Luis XIV, aunque nunca dijo el por qué.
Sólo muy de vez en cuando él, amantísimo esposo, decíale a ella:
- Y dime vida, ¿podrías por esta noche pensar en un precioso kit de taladro con lijadora y desatornillador plateado con betas naranjas que....?.
Dicho y hecho, pues así es el amor... tan profundo y verdadero que se profesaban ambos.