El día en que todos fuimos caníbales.Según cuenta una ancestral leyenda:
"En el noveno mes del sexto año del siglo veintiuno dos seres, uno que humano fue y el otro que de mármol fue moldeado y que de tal elemento seguirá siendo, despertarán y extrañados en el tiempo se encontrarán. Pero los dos, insólitos, habrán de decidir si en ese tiempo se instalarán, o si volverán uno a ser espectro asustador o el otro a estar quietito amenazador con frío."
Y sucedió que la leyenda cobra vida y por ende a uno le latió el corazón y al otro el mármol se le hizo venoso, musculoso, oseoso, pieloso... y con los roces que le produjo el salto del mármol a la carne de sus órganos saltó la chispa y le nació un alma. Y aparecen los dos extrañados unos seis siglos después afeados -por la larga dormidera- en Madrid, sentados en sillas púlcramente ordenadas frente una pasarela por la que tipas escuálidas andan levantando rodilla, a modo de patada que te doy, con trapos de colores y de todas formas. Y así hablaron desconocedores:
Miguel Ángel: - ¿Dónde nos hallamos?, dime tú si sabes.
David: - Ay, mi creador creéme si te digo que no lo sé, pues no conozco ni reconozco lugar ni seres humanos.
Ambos dos que miraban luces cegadoras, música atronadora, bullicio ensordecedor y asustados están, tímidamente sorpendidos, grátamente con vida recobrada van diciendo:
- Miguel Ángel: ¿Este, dime, es el futuro que no imaginamos? porque empiezo a temer por la no existencia de alimento, míralas David que paludichas van.
- David: Creador vayámonos, agachémonos para no ser vistos, salgamos de aqueste lugar, ¿sí?.
- Miguel Ángel: hagámoslo, pero yo primero que tú de orientación, creo, no andas fino.
Y así salieron, a gatas, sorteando piernas, pies tambaleadores, patas de sillas... y creyendo el respetable que aquello formaba parte del espectáculo aplaudieron a rabiar semejante originalidad, entre ellas señoronas alegronas aplaudiendo a rabiar al desorientado que desnudo va.
Si pasamos por alto que esta ancestral leyenda es totalmente falsa y recién inventada para, sólo, esta ocasión de escritura rápida y sin tener en cuenta mayor trascendencia, me invito a la escena a la puerta de Pasarela Cibeles esperando un taxi y alegremente me cruzo con ellos.
Miguel Ángel: díganos bella dama (1) dónde nos encontramos, en qué tiempo... -y me contaron su paseo por el tiempo, su extrañeza- y díganos qué hacer.
Yo, la bella dama: Sólo puedo decirles que dando consejos soy tan nefasta como alguien que da malos consejos y si tienen en cuenta lo anterior y continúan queriéndolo yo les diría que... pues que... raduos y veloces huyan como almas que lleva el diablo y vuelvan pasados unos siglos a ver si hemos arreglado estos y otros muchos tinglados que tenemos montados. Y por amor de todos los dioses menores y alguno mediano-les dije pues no estaba segura de su credo, tan segura de lo que decía que temí por mi anterior inseguridad- vuelvan en un par de siglos... que seguro ya habremos arreglado algunos errores, malentendidos, trifulcas y demás desasosiegos. ¿Compartimos el taxi? ando un tanto perdida.
Y así acabó la leyenda ancestral, compartiendo taxi con uno de ropajes extraños y otro desnudo y blanquito. Su desaparición posterior fue entre abrazos y un "ya nos veremos" que no cumpliré por los motivos consabidos de que mi vida acabará en unos veinte, treinta, cuarenta o con mucha suerte unos cincuenta años. A puntito estuve de preguntarles cómo habían logrado el viaje en el tiempo o cómo habían hecho posible el resucitar, uno que vida tuvo y otro que de mármol fue y será, pero sería inútil pues me lo tendría que responder a mí misma, pues yo lo ideé y no tengo respuesta que me responda, e inventarla de manera loca y absurda me llevaría un texto tal cual éste, y eso, mejor otro día.
(1) Nota de la autora: licencia de la autora, porque sí.