Con cualesquiera de tus nombres.
Cada mañana, desde tiempos inmemorables, se repite el mismo ritual; al sonar la dulce melodía tocapelotas que tiene dentro el aparato despertador juro en nombre de todos los dioses menores que justo la noche siguiente mi hora de retirada a mis aposentos tendrá por nombre un número prudente, las doce, pienso, y de no ocurrir así que me crezca joroba y en su parte más elevada una planta monocotiledónea y poco vistosa, eso, y no otra cosa, me digo.
A pesar de ello mi sentimiento de culpabilidad, al irme a dormir a las dos de la madrugada a la siguiente noche, es completamente nulo.
Relato a continuación, con ávido interés en ser creida pues historia cierta es, lo que aconteció la pasada noche y como no está en mí el implorar credibilidad me limitaré a contarla.
Da comienzo ésta en una noche de esas noches que vienen tras quedarse todo obscuro y caer la antes mencionada noche, es decir de noche. Pasadas las dos de la madrugada son en minutos superiores a dieciséis y ya me hallo en completa conjunción con el resto de mortales que duermen, cuando de repente repentino me despierto al notar presencia desconocida, alargo el brazo -aunque no en sentido literal pues no es su naturaleza la elasticidad- palpador pero mi sentido táctil que debe andar aún dormido no acierta con lo que allí está. Enciendo la luz al mismo tiempo que lanzo grito desgarrador pues junto a mí y tapado, simulando dormir, hay una bola grande que no acierto adivinar lo que es.
- ¡Arghhhhhhhhhhhhhh! -acerté a decir, enmudecida y sin poder mover músculo huidor, salvo los que ayudan a la voz, con lo que repetí- ¡Arghhhhhhhhh!.
- ¿Qué, qué y más qué? -me dijo una bola de exageradas dimensiones.
- ¿Quién eres, qué.. qué haces aquí?.
- Bien, comencemos y a pesar de que en algún momento habré de pedir disculpas por semejante interrupción no esperes que lo haga en este momento pues estoy cabreado en exceso y eso me hace perder los modales que en otro momento me hicieron merecedor de una exquisita educación que...
- Va, inquirí que quién eres, di tú.
- Bien, soy Plutón, el anteriormente conocido como planeta Plutón y he venido a este tu planeta a ....
- ¿Y qué coño haces metido en mi cama? - mi perplejidad que iba en aumento no le pudo ganar a mi curiosidad y, junto a mi recién adquirida inmovilidad asustaril, me mantuvo preguntona.
- ¡No tengo nada contra ti pero si vamos a comenzar esta relación con ofensas me doy la media vuelta y continúo mi sueño relajador y reconstituyente!, tú decides.
- Está bien, di, pero las manos... digo los.. lo que sea, que lo tenga yo a la vista ¿eh?, di.
- Te cuento graciosa y blanquita terrícola, andaba yo ahí todo lisonjero dando vueltecitas despreocupadas alrededor del sol cuando me llega por ondas estelares la noticia de que me ya no soy un planeta y que ahora seré un simple planeta enano, ¡no te jode, planeta enano con esta planta que poseo!, me he cabreado tremendamente y me he salido de la formación estelar, ahí se queden ellos planetitas pomposos y ridículos, puto plutón decían.
- ¿Y por qué te has metido en mi cama? -dije aún a sabiendas de lo ridículo de la inquisición.
- A ver, si me echan di tú... ¿a dónde voy? -y habló más y más aunque me llegó al alma por rememorar eso de yo sin tí no sé donde ir- no tengo donde ir.
Considerando lo avanzado de la hora que era y temiendo que aquella conversación no llegara a buen término, di por zanjado el tema esperando que al despertar todo estuviera cercano al sueño (que ya un día barrí junto a la Srta. Torio todas y cada una de las escaleras del Big Ben). Y apenándome del desheredado planeteril le arropé como mejor pude y me dispuse a volver al sueño antes interrumpido.
Al despertar cumplí con el ritual de juramentos sobre la hora de retirada de la noche siguiente no sin antes palpar con el brazo no elástico para comprobar que todo fue un sueño, y así fue, ningún planeta cohabitó esa noche conmigo, pues sola estaba. Pero justo en ese momento en el que respiraba relajada y comenzaban mis juramentos se abrió la puerta del aposento y entró Plutón con enorme sonrisa y una bandeja con el mejor de los suculentos desayunos nunca tomados. Y así dijo el planeta:
- Buenos días terrícola dormilona, mala costumbre tienes de nunca desayunar, te quedarás enana como yo -dijo guiñándome un ojo y a carcajada amplia- va... desayunemos que has de ir a trabajar.
- Vale -dije.