sábado, septiembre 13, 2008 |
domingo, octubre 07, 2007 |
Érase una vez que se era un avestruz cuyo nombre era Marcos. Era éste de hermoso plumaje, largas y torneadas piernas y de unos ojos tan grandes e inmensos que le hacían ser el avestruz con los ojos más grandes e inmensos que jamás existió. A pesar de ello no eran sus ojos lo más notorio de Marcos pues contaba éste con un cuello tan cortito que casi juntábanse cabeza y cuerpo.
Un día que quejoso correteaba Marcos por las verdes praderas, tanto que sus lamentos podían oírse así en las Antípodas como en Teruel, encontrose con doña Urraca, y así habláronse:
- Dime sonoro Avestruz ¿por qué demonios lanzas tan terribles lamentos que no dejaronme dormir?.
- Ayyyyy, Ayyyyy…..-para en seco y desconcertado dice- ¿no será usted Doña Urraca o a mí me lo parece?.
- Parécete bien.
- Y dígame qué hace aquí, en mitad de mi pradera, y… qué hace en este tiempo.
- Si he de ser franca tan extraño es para mí como para ti, imagino, gritón avestruz, que la que esto escribe ahora va y me rescata, pero pronto acaba… la historia, pues sueño, creo que ella tiene, y ahora dime a qué vienen esos lamentos, pues si lastimado estás yo cura doy, pero si es por divertimento estos alaridos prometo… –gesticula con manos y rostro- alargar tu cuellos hasta que ni sostenerlo puedas.
- Ay pues gran favor me haría señora doña, pues mire que en difícil tesitura me hallo, triste acongojado afligido angustiado… gritón como antes me vio.
- Acorte ave, acorte… que la cabeza me estalla con tanta parrafada, diga…
- Digo, señora, que, y remontándome lo menos posible, los de mi especie asustones somos, solución dieron mis antepasados escondiendo la cabeza en la tierra, no ver es no temer. Continuaría yo la tradición sino fuera por mi problema, que si bien no me afea, si me limita en mi temor. Mire usted, doña señora, yo que me asusto, y al esconder cabeza he de agacharme tanto tanto tanto que dejo mis lindas posaderas blandiéndose pudorosas.
- ¿Y…? –díjole ella con acto atroz de ahogarle cuello.
- Pues señora que cuando agáchome temeroso soy poseido de forma posesiva.. ¿usted me entiende?.. poseido, posaderas….
- Ya, ya….
- Y esa es mi tesitura, agáchome y escondo cabeza si miedo tengo y me expongo a una posesión cuando menos posesiva o guardo posaderas y muero de un ataque a este corazón, si me pinchas no ves que sangro, ser o no ser poseido, con cien cañones…
- Ay que te arranco el cuello y zanjo problema si sigues hablando.
- Pues deme solución o esta que escribe no pone fin al escribir. Dígame ¿qué hago?.
- Déjame pensar –y por la pradera paseó y a él avestruz volvió- jodido en ambos casos te hallas, tanto si escondes cabeza pelona como si no, pues en un caso poseído eres y en el otro de miedo mueres, pues por qué no esconder tus lindas posaderas en el primer agujero que encuentres cuando sientas miedo y con tus plumas tus ojos tapar.
El avestruz asintió y de alegría se emocionó. Y así, ambos dos se dieron la mano/pluma en señal de despedida deseando no volver a encontrarse.
miércoles, agosto 01, 2007 |
sábado, junio 16, 2007 |
Hallábame sonriente tentada de tocar ese atardecer apoyada sinuosa sobre una barandilla cuando sin más me precipité al vacío, vacío que en cuestión de segundos fue ocupado por un trailer de lona perdida, en mi precipitar pude comprobar que la carga de éste estaba compuesta por miles de millones de trillones de algodones, mi tranquilidad ante la inevitable caída se hizo minúscula cuando al impacto le siguió un clavar de alfileres recién afiladas. Más tarde, ya fallecida yo, descubrí que entre los algodones se ocultaban un mar infinito de alfileres de contrabando. Miles de millones de trillones de clavadas después morí de mortal necesidad.
Tras la fatal muerte y un funeral tan bonito como ese atardecer, anduve un tiempo descreída, descorazonada e incluso descarnada. Levité perdida.
No ví luz que me guiase. Mi desesperación empezaba a apoderarse de mí cuando en la nada divisé un ser que hacía mí se dirigía, achiné ojos buscándole llaves, a manos sueltas iba él. Y así habló cuando los labios despegó:
- Ser fallecido ¿a qué te dedicas pues?.
- Pues estaba en una barandilla cuando… ¿iré al cielo?.
- Siempre igual, los recién llegados nunca cambiareis. Elige dedicación, di.
- Pero ¿quién eres?, ¿dónde estoy?.
- Eres, eres una fallecida. Y yo, yo soy D.W. Griffith, famoso antaño y...
- Ya, ya… pero….
Tras una larga conversación en la que no puedo precisar el tiempo, pues aquí no existe, elegí dedicación. Erizado se le puso el pelo a Griffith y se pellizcaba mientras se alejaba balbuceando “collejera, collejera… grrrrrr una fallecida que se quiere dedicar la eternidad dando collejas”.
Pues eso, collejas. Ya blandía puño cuando seguía oyendo renegar al Griffith profiriendo palabras malsonantes“tremenda fallecida esta que quiere total exclusividad, pues será sólo una persona la receptora de sus collejas”.
Precioso traje blanco inmaculado, toneladas de blanco y triste maquillaje, ojeras rojas como la sangre que derramé y el alma en un puño y… colleja mañanera que le despierte a él, colleja acompañante al baño para él, colleja con rabia de golpe seco cuando se expresa él, colleja con la más tremenda de las penas en su espejo…. tengo la eternidad, de hecho, estoy instalada en ella. Pues eso, collejas.